El mundo afronta hoy enormes problemas que
atañen a la población y los recursos. Hacia mediados del siglo pasado, estas
ideas se debatieron con agudeza, y casi siempre con rigor, en numerosas
publicaciones, pero luego se fueron borrando de la esfera científica y pública.
Quizás fuera debido a que no se comprendiera bien el contenido de aquellas
primeras publicaciones y la validez de muchas de sus predicciones.
Foto:Randy Olson
La mayoría de los textos sobre ciencias
ambientales se centran más en los efectos negativos de los combustibles fósiles
que en la repercusión de nuestra aplastante dependencia de ellos en el plano
económico e incluso alimentario. No saber introducir en el discurso y en la
enseñanza científica la realidad y las posibles implicaciones del cenit del
petróleo, y de cualquier fuente de energía y de materiales, entraña una grave
amenaza para sociedad industrial.
La idea de que pueda ocurrir un fiasco
ingente y poliédrico de una parte sustancial de la civilización industrial le
es tan ajeno a nuestros gobernantes, que nos sentimos indefensos ante tal
coyuntura. En importantes cuestiones ambientales y sanitarias, desde el consumo
de tabaco hasta las inundaciones de Nueva Orleans, siempre los efectos
negativos han precedido en varios decenios a las decisiones políticas y la
admisión general por el público.
Funcionan con petróleo o sus derivados todos
los medios de transporte actual, salvo la bicicleta y los zapatos (que también
pueden contenerlo). La producción de alimentos consume mucha energía; la ropa,
los muebles, y la mayoría de los
fármacos contienen petróleo o lo utilizan, y la mayoría de los oficios dejarían
de existir si faltara petróleo. Pero en nuestras universidades sería difícil
percibir preocupación alguna, más allá de quejarse del aumento del precio de la
gasolina, pese a habernos aproximado en 2008, a una situación parecida a la
escasez de gasolina de los setenta, en respuesta a tres años de producción de
petróleo estancada; la situación solo se alivió cuando la crisis financiera
disminuyó la demanda de crudo.
No se ha desarrollado ningún agente capaz de
sustituir al petróleo a una escala semejante a la requerida: casi todos ellos
dan un rendimiento energético muy pobre. Pese a sus notables promesas, las
fuentes de energía renovables (que no sean la hidráulica o leña) proporcionan
hoy menos del 1% de la energía utilizada en el mundo; el incremento del consumo
anual de la mayoría de los combustibles
fósiles es, por lo general, mucho mayor que la producción total de electricidad
(no digamos ya que su aumento) por medio de aerogeneradores y plantas
fotovoltaicas. Nuestras nuevas fuentes de energía “verdes” van simplemente
aumentando a la vez que las tradicionales (no las sustituyen).
Si nos proponemos resolver estas cuestiones,
incluida la muy importante del cambio climático, con plena claridad, necesitamos que vuelvan a ser tema central de
la educación en todos los niveles de
nuestras universidades, que se discutan y se defiendan contra todos los que
nieguen su importancia, pues en estas materias hoy no tenemos muchos que nos
guíen intelectualmente. Hemos de enseñar la economía desde un enfoque tanto
biofísico como social. Solo entonces contaremos con la oportunidad de
comprender o resolver estos problemas.
Fuente: Extracto de
American Scientist Magazine