"Quedéme un rato sobre el montón, con las piernas temblando y sin pensar en mi seguridad. Mientras permanecí en el antro fétido de que acababa de salir, solo había pensado con febril intensidad en nuestra seguridad inmediata. Erame imposible darme cuenta de lo que ocurría en el mundo, imposible prever esta visión chocante de cosas desconocidas. Esperaba encontrarme con un Sheen en ruinas, y encontraba en torno mío un paisaje en encantado y siniestro, perteneciente a otro planeta.
Experimenté en aquel momento una de esas emociones extrahumanas que solo pueden sufrir en este mundo las pobres bestias que nosotros dominamos. Sentí lo que un conejo que al volver a su madriguera se encontrara con una docena de peones ocupados activamente en cavar los cimientos de una casa. Sentí el primer síntoma de algo que más tarde se fue esclareciendo en mi espíritu y me atormentó durante muchos días; sentí una sensación de destronamiento, una persuasión de que yo no era ya el amo sino un animal más entre los otros animales, bajo el talón de los marcianos. Nuestro destino sería el de los otros; vivir en acecho y en espera, correr y escondernos; el imperio del hombre y el terror que inspira eran cosas pasadas para siempre".
La guerra de los mundos ( Herbert G. Wells).
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