"Un solo estudiante había en la habitación, y estaba embebido en su trabajo, inclinado sobre una mesa apartada. Al ruido de nuestros pasos, se volvió a mirar y saltó en pie con una exclamación de placer:
-¡Ya di con ello! ¡Ya di con ello!- gritó a mi acompañante, y vino corriendo hacia nosotros con un tubo de ensayo en la mano-. Descubrí un reactivo que es precipitado por la hemoglobina y nada más que por la hemoglobina.
Los rasgos de su cara no habrían radiado deleite más grande si hubiese descubierto una mina de oro.
-El doctor Watson; el señor Sherlock Holmes- dijo Stamford, haciendo las presentaciones".
-El doctor Watson; el señor Sherlock Holmes- dijo Stamford, haciendo las presentaciones".
…
"Desde luego no era difícil convivir con Holmes. Resultó un hombre de maneras apacibles y de costumbres regulares. Era raro el que permaneciera sin acostarse después de las diez de la noche, y para cuando yo me levantaba por la mañana, él había desayunado ya y marchado a la calle indefectiblemente. En ocasiones se pasaba el día en el laboratorio de Química; otras veces, en la sala de disección, y de cuando en cuando, en largas caminatas que lo llevaban, por lo visto, a los barrios más bajos de la ciudad. Cuando le acometían los excesos de trabajo, no había nada capaz de sobrepasarle en energía; pero de tiempo en tiempo, se apoderaba de él una reacción y se pasaba los días enteros tumbado en el sofá del cuarto de estar, sin apenas pronunciar una palabra o mover un músculo desde la mañana hasta la noche. Durante tales momentos advertía yo en sus ojos una mirada tan perdida e inexpresiva que, si la templanza y la decencia no me lo hubiesen vedado, quizás yo hubiese sospechado que mi compañero era consumidor habitual de algún estupefaciente.
Mi interés por él y mi curiosidad por conocer cuáles eran las finalidades de su vida fueron haciéndose mayores y más profundas a medida que trascurrían las semanas. Hasta su persona misma y su apariencia externa eran como para llamar la atención del menos dado a la observación. Su estatura sobrepasaba el metro ochenta, y era tan extraordinariamente enjuto que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, fuera de los intervalos de sopor a que antes me he referido; y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución. También su barbilla delataba al hombre de voluntad, por lo prominente y cuadrada. Aunque sus manos tenían siempre borrones de tinta y manchas de productos químicos, estaban dotadas de una delicadeza de tacto extraordinaria, según pude observar con frecuencia viéndole manipular sus frágiles instrumentos de Física".
Estudio en Escarlata (Arthur Conan Doyle)