domingo, 31 de agosto de 2014

ESTUDIO EN ESCARLATA

"Un solo estudiante había en la habitación, y estaba embebido en su trabajo, inclinado sobre una mesa apartada.  Al ruido de nuestros pasos, se volvió a mirar y saltó en pie con una exclamación de placer:
-¡Ya di con ello! ¡Ya di con ello!- gritó a mi acompañante, y vino corriendo hacia nosotros con un tubo de ensayo en la mano-. Descubrí un reactivo que es precipitado por la hemoglobina y nada más que por la hemoglobina.
Los rasgos de su cara no habrían radiado deleite más grande si hubiese descubierto una mina de oro.
-El doctor Watson; el señor Sherlock Holmes- dijo Stamford, haciendo las presentaciones".






 "Desde luego no era difícil convivir con Holmes. Resultó un hombre de maneras apacibles y de costumbres regulares. Era raro el que permaneciera sin acostarse después de las diez de la noche, y para cuando yo me levantaba por la mañana, él había desayunado ya y marchado a la calle indefectiblemente. En ocasiones se pasaba el día en el laboratorio de Química; otras veces, en la sala de disección, y de cuando en cuando, en largas caminatas que lo llevaban, por lo visto, a los barrios más bajos de la ciudad. Cuando le acometían los excesos de trabajo, no había nada capaz de sobrepasarle en energía; pero de tiempo en tiempo, se apoderaba de él una reacción y se pasaba los días enteros tumbado en el sofá del cuarto de estar, sin apenas pronunciar una palabra o mover un músculo desde la mañana hasta la noche.  Durante tales momentos advertía yo en sus ojos una mirada tan perdida e inexpresiva que,  si la templanza y la decencia no me lo hubiesen vedado, quizás yo hubiese sospechado que mi compañero  era consumidor habitual de algún estupefaciente.
 
Mi interés por él y mi curiosidad por conocer cuáles eran las finalidades de su vida fueron haciéndose mayores y más profundas a medida que trascurrían las semanas. Hasta su persona misma y su apariencia externa eran como para llamar la atención del menos dado a la observación.  Su estatura sobrepasaba el metro ochenta, y era tan extraordinariamente enjuto que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, fuera de los intervalos  de sopor a que antes me he referido; y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución. También su barbilla delataba al hombre de voluntad, por lo prominente y cuadrada. Aunque sus manos tenían siempre  borrones de tinta y manchas de productos químicos, estaban dotadas de una delicadeza de tacto extraordinaria, según pude observar con frecuencia viéndole manipular sus frágiles instrumentos de Física". 






Estudio en Escarlata (Arthur Conan Doyle)

No hay comentarios:

Publicar un comentario