"Nuestros pies aplastaban innumerables conchas de todas las formas y tamaños, dónde vivieron los animales de las primeras épocas. Veía también enormes caparazones cuyo diámetro superaba a menudo los quince pies. Habían pertenecido a gigantescos gliptodontes del periodo plioceno, del que la tortuga moderna no es más que una pequeña reducción. Además, el suelo estaba sembrado de una gran cantidad de desechos pétreos, especies de guijarros redondeados por el oleaje y dispuestos en líneas sucesivas. Me vi llevado a hacer la siguiente observación; que antaño el mar debía ocupar aquel espacio. Las olas habían dejado huellas evidentes de su paso sobre las peñas esparcidas y ahora fuera de su alcance.
Esto podía explicar, hasta cierto punto, la existencia de aquel océano a cuarenta leguas por debajo de la superficie del globo. Pero, en mi opinión, la masa líquida debía perderse poco a poco en las entrañas de la Tierra, y provenía evidentemente de las aguas del océano que se abrieron paso a través de alguna grieta. Sin embargo, había que admitir que esa fisura estaba taponada en la actualidad, porque sino toda aquella caverna, o mejor aquel inmenso estanque, se hubiera llenado en un tiempo bastante corto. Quizá aquella misma agua, después de luchar contra fuegos subterráneos, se había evaporado en parte. Ésa era la explicación de aquellas nubes flotando sobre nuestras cabezas y del desprendimiento de electricidad que creaba tempestades en el interior del macizo terrestre.
Esta teoría de los fenómenos de que habíamos sido testigos me parecía insuficiente, porque por grandes que sean las maravillas de la naturaleza, siempre son explicables mediante razonamientos físicos".
Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne).
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